Este fue el caso de la Liberator, considerada la pistola más barata del mundo, alcanzando un precio de 2,4 dólares de la época. De ella se produjeron 1,3 millones en apenas 3 meses, a manos de unos 300 operarios.
Utilizada durante la Segunda Guerra Mundial, estaba completamente hecha de metal estampado, y tenía sólo 23 piezas, la mínima cantidad necesaria para su funcionamiento. Fue aprobada por el gobierno de EEUU, con una misión muy sencilla: ser arrojada en paracaídas en todos los territorios en donde hubiera resistencia contra el ejército invasor (alemán o japonés), en donde sería recogida por los partisanos. Su notoria imprecisión no era obstáculo: se la había pensado para ser usada a quemarropa. La idea era que el partisano se acercara a un soldado enemigo desprevenido, lo matara por la espalda con uno o dos disparos, robando luego su arma y escapando.
Era extremadamente fea y dura, tanto que al disparar era capaz de dañar los dedos del usuario. No era la única de sus limitaciones. La Liberator usaba munición calibre .45, la cual era tremendamente mortal a corta distancia (el alcance del arma era de menos de 8 metros). Esto se debía a un cañón de cuatro pulgadas que, para colmo, no estaba estriado. El arma podía almacenar 10 cartuchos en la empuñadura, permitiendo que el proceso establecido para robar armas al enemigo pudiera ser repetido varias veces. Esto era importante: según un experto, era la única arma del mundo que tardaba más en ser cargada que en ser fabricada. Esto puede ser cierto, teniendo en cuenta que el ritmo de producción era una unidad por pocos segundos, y el duro sistema que empleaba.
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